Según algunos estudios demoscópicos, más del 40% de los votantes no tienen seguro a quiénes van a votar. Y el 25% de estos no toman la decisión hasta el último momento.

Pero además, en estas elecciones, se presenta otra variable que en las Generales no se da, y es que hay que votar unos candidatos para los gobiernos locales y otros para los autonómicos, con la paradoja de que no son pocos los que votan a candidatos/as de un signo político para los ayuntamientos y de otro distinto para las comunidades autónomas. Hace algunos años, me encontré con un vecino de Rivas que me preguntaba ‘si aquí gobernaban los comunistas’, le aclaré que era un gobierno de coalición en el que había algunos comunistas. Él me contestó, “me da igual, aquí hay que votar a los comunistas porque se vive de puta madre”. Este vecino, junto con su esposa, vive en uno de los chalet más grandes y más lujosos de Rivas, sus ingresos mensuales no bajan de los 20.000 euros, además de los beneficios y otros emolumentos anuales. En las elecciones autonómicas y generales, es votante del PP o de Vox. Pongo este ejemplo, porque no es infrecuente que en muchos ciudadanos se produzca este dilema: aquí votan la realidad más cercana, las condiciones en lo cotidiano, los servicios, etc. Y en las elecciones autonómicas y generales su voto se identifica más con los partidos que representan su estatus económico e ideológico, con su forma real de pensar y de actuar.

Ya en las últimas elecciones se había roto el bipartidismo. Para los menos ideologizados y/o los más indecisos, el dilema del voto se les complicó aún más: la derecha llegó a presentar hasta tres opciones (Ciudadanos, Partido Popular y Vox). Tampoco estaba fácil para los votantes de izquierdas: IU, PSOE, Podemos y más candidaturas para contribuir a la fragmentación de la izquierda, la confusión de los votantes y la dispersión de los votos. Esto para quienes acuden a votar, porque muchos/as se quedan en casa ante la percepción de tanto desacuerdo.

Algunos dicen que ‘estas elecciones se presentan como unas primarias que anteceden a las generales’. Y es probable que así sea. La derecha y la ultraderecha han consumido una legislatura con una práctica y un objetivo único: deslegitimar al gobierno, forzar la dimisión del presidente y propiciar unas nuevas elecciones. Esto, a base de una continua bronca en todas las instituciones, incluso teniendo secuestrado el Tribunal Constitucional impidiendo su renovación desde hace cinco años.

A pesar de todo, el Gobierno ha gobernado, consiguiendo superar la crisis, con el apoyo a empresas y trabajadores mediante los ERTE; aprobando más leyes que ningún otro gobierno anterior; remontando el paro y la inflación y cohesionando la España rota que había dejado M.Rajoy.

La incógnita es si todo esto los votantes lo sabrán apreciar, o si el poder de los voceros de ultraderecha, las noticias falsas en redes sociales y el cansancio de tanta bronca, confirmarán el alejamiento de los ciudadanos de la política. “Lo que buscan las formaciones políticas es movilizar a sus indecisos y desmovilizar a los de los adversarios, porque es más fácil conseguir que se queden en casa que cambien el voto», asegura Sandra León, doctora en Ciencias Políticas y directora del Instituto Carlos III – Juan March de Ciencias Sociales. Y el ejemplo que nos han transmitido los políticos, desde las cámaras parlamentarias y en sus intervenciones públicas, invitan a lo primero, ‘quedarse en casa’.

Las formaciones a la izquierda del Partido Socialista debaten en estos días si presentarse unidos o hacerlo por separado. Las diferencias ideológicas son escasas y difíciles de percibir por la gran mayoría de la población. Por tanto, el dilema se centraría en si se obtendrían más concejales y diputados presentándose en una sola candidatura o cada formación con la suya propia. A priori, sería la unidad la que podría sumar más votos, y en consecuencia más concejales y diputados. Pero hay otra lectura: en la izquierda se produce el fenómeno de que un partido puede agrupar muchos apoyos para sí, pero por competencia, resentimiento, etc., también podría perder una parte importante de esos votos al intentar sumarlos con otro u otros partidos de izquierda. Puede que esa cantidad de votos que se pierden, se acerquen a los que se ganan yendo todos juntos. No es fácil estudiar este dilema, los sociólogos no afinan en sus predicciones.

Lo que sí parece cierto es que juntos somos más y más fuertes. Que a las derechas lo que les interesa es la fractura, la división de la izquierda y la desmotivación de sus votantes. Parece que todo eso invita al esfuerzo por confluir en la unidad y agrupar cuantos más votos mejor.

Nos jugamos mucho. Si las elecciones las gana la derecha, quien las gana realmente es la ultraderecha (Vox), que amenaza e impone la derogación de todas las leyes progresistas, planea suprimir las autonomías, niega la igualdad de género, abjura del cambio climático, aboga por la expulsión de todos los inmigrantes, promete revertir la ley de relaciones laborales y la de las pensiones, entre otras. Un salto de cien años hacia atrás.

Ya no hay tiempo para titubeos. Para los trabajadores, sean de clases populares o clases medias, la opción de voto está más que clara: quien únicamente va a velar por nuestros intereses, es un gobierno como el que hemos tenido en la legislatura que acaba este año. Y lo mejor que puede pasar en este país es que se repita la fórmula de ‘Gobierno de Coalición de Izquierda’. Si lo pensamos bien, ya sabemos a quien votar.