Esta mañana ha crujido la espalda de Nick como ramas quebradizas al partir.

Se ha quejado paralizada por el dolor y hemos acudido a las Urgencias del Hospital del Sureste.

La hemos acompañado hasta la puerta, ha salido del coche restando importancia y ha caminado los últimos metros con la espalda doblada y la mano apoyada sobre su dolorida zona lumbar, incapaz de erguirse.

Conduzco suavemente hacia quizá un parque, o hacia tal vez una plaza con un bar. Puede que conduzca hacia una vértebra fracturada. Quién sabe. En la radio debaten sobre el riesgo de que nuestra sociedad se transforme en distopía de zombies adictos al Fentanilo.

Horas después, cuando ha llamado, me ha pedido que vayamos a recogerla y, con voz lánguida, ha anunciado que está drogui. Le han pinchado un calmante y se me ha acelerado el corazón caminando ligero hacia el coche, tirando del compañero perro, empujando el carrito del peque y apremiando a la mayor.

Esta semana ya había escuchado la palabra drogui en un pódcast sobre salud mental. Una veinteañera la utilizaba con naturalidad para describir esos días en que las drogas con las que se trata de un determinado trastorno, la dejan grogui.

En otro programa de radio, hace un par de días, recuerdo que un experto en lenguaje mencionó el observatorio de las palabras y el proceso que siguen las novedades antes de que la RAE las legitime.

Ya en el sofá, Nick se ha tumbado tanteando el dolor y la he tapado. A punto de dormirse, le he dejado la calma posible y he salido. Luego he mandado un par de guasaps y he quedado con una pareja amiga y sus niños.

A nuestro regreso, Nick se encuentra tendida, casi noqueada por el diazepam. Ataja el dolor, pero la adormece, sedando su inmovilidad hasta que remita la inflamación. No se queja y pide poco, sólo pregunta si ha vuelto el peque con los audis, antes de seguir dando descanso a su espalda, con la televisión prendida.

En nuestro hogar, los audis no son coches y la mayor tuvo un accidiente con el patinete. Cualquier cosa es susceptible de ser un zocotroco.

En el diccionario, el término distópico fue incorporado en 2020, junto a coronavirus, COVID, desescalada y desconfinar. A finales de 2022, en la última actualización, se han incluido, entre otras muchas, conspiranoico y monodosis.

Históricamente, España ha estado dividida entre los que comen croquetas y quienes se ponen finos de cocretas. Cada familia es, por tanto, una sucursal del observatorio de palabras.

Mientras la palabra drogui se difunde de chat en chat, me he sentado junto a Nick en el sofá para acercarle un saco térmico de semillas. Juntos sonreímos tras apostar un masaje a que algún día la veremos en el diccionario.

Antes de salir escaleras abajo, azuzado por los gritos del peque, su espalda ha respondido que precisa reposo indefinido y, por el momento, eso es lo único que sabe.

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Quique Pastor (Madrid, 1976) es un escritor de oficio, dedicado profesionalmente a la creatividad publicitaria y vecino de Rivas desde hace años. Es autor de las novelas 'El niño del Chupa Chups' (2008) y 'El tátara tátara tátara tátarabuelo' (2010) y el poemario 'Ejercicios de incomprensión' (2023). También cabe destacar sus blogs 'La raíz cuadrada de lo que soy' (2012-2013) y 'Ejercicios de incomprensión' (2014-2018), laboratorios indispensables para el desarrollo de técnicas literarias.