En el último artículo de esta sección, el ChatGPT escribió sobre el exceso de medicación en la Psiquiatría. El texto, como pueden comprobar, está bien redactado e incluso es capaz de realizar aportaciones interesantes. Fue cuestión de segundos lo que tardó la inteligencia artificial en generar un texto que puede sortear los estándares de calidad de una publicación, con independencia de si se trata de prensa local, nacional, o científica, tal y como señala la prestigiosa revista Nature.
Es incuestionable que la inteligencia artificial ha llegado a nuestras vidas para quedarse, y que su integración hará que podamos acceder a innumerables posibilidades pero, ¿cómo de amenazante puede ser para nuestros trabajos, para nuestra forma de relacionarnos? Lo cierto es que, tras reflexionar sobre el tema, mi conclusión es que la inteligencia artificial va a traer, en general, cosas muy positivas, y que todos los aspectos negativos que asociamos a su presencia se basan en nuestros propios miedos.
Intentaré explicarme.
Hace unos meses, durante las fiestas de Rivas, tuve la ocasión de asistir a un concierto al aire libre de la banda de la escuela municipal de música. Vi que uno de sus miembros era Alberto, mi primer profesor de Biología. Durante varios minutos me quedé observando, a distancia, comportándome como el niño de 9 años que recibía fascinado sus primeras lecciones sobre la célula. Lo miraba desde la admiración, desde el orgullo de poder decir a mi hijo que aquel había sido mi profesor. No era un comportamiento nuevo para mí: durante años, ya en la universidad, compartí vestuario junto a él en el equipo de baloncesto del barrio, y mi actitud era muy similar. Y exactamente lo mismo me pasa cada vez que me cruzo por la calle con Elisa, mi profesora de primaria, la que me enseñó lo fascinante que era aprender.
Hace unas semanas experimenté, de nuevo, una situación muy similar. Estaba esperando a que mi hijo se montase en el autobús para ir de excursión (sí, soy de esos padres semiparanoicos que espera a comprobar que todo está bien) cuando una madre comenzó a llorar mostrando signos muy claros de preocupación. Antes de que cualquiera pudiéramos acercarnos para ver qué es lo que estaba ocurriendo, Verónica, la secretaria del colegio El Olivar, llegó a ella y la tranquilizó diciéndole que no estuviera preocupada por su hija, que ella misma se hacía responsable y que ese día lo iba a pasar de excursión junto a ella. Resulta que la niña es diabética y requiere de medicación, y Verónica optó por dejar todo lo que tenía que hacer para estar junto a la niña durante todo el día para que, de esa manera, la pequeña pudiera disfrutar junto a sus amigos y amigas.
No sé si la inteligencia artificial generará nuevos paradigmas de aprendizaje. Seguramente sí, e incluso me atrevería a decir que será capaz de crear nuevos modelos de profesor que podrán implementarse en las aulas de un futuro no ya tan lejano. Pero de lo que estoy completamente seguro es de que no será capaz de crear profesores y profesoras como Alberto, Elisa, Verónica, Pedro, Ernesto, Ángel o much@s otr@s más capaces de hacernos sentir lo fascinante que es aprender del otro.