El apellido Vaciamadrid desciende del árabe. Hay más, pero mi favorita es la hipótesis de la Posada. Según ésta, el nombre andalusí de Haçalmadrit, olvidado ya su significado original por los castellanos, se fue confundiendo durante siglos con la expresión ‘Va hacia Madrid’.

Somos decenas de miles de ripenses yendo hacia Madrid cada mañana, como si estuviera imantada. Nick y yo nos alternamos para apelotonarnos en la autovía y conducir hacia San Blas, atraídos por un colegio público trilingüe. En él, nosotros y el peque avanzamos en la lengua de signos, porque es sordo el peque.

Hoy es lunes por la tarde. Eso significa que Nick llenará su cuaderno de apuntes en el colegio, encajonada en un pupitre infantil junto a otros padres y madres en las mismas. A su vuelta, la mayor cenará repasando el abecedario con sus manitos. Yo seguiré poniendo el acento en agigantar mi abrazo y mi sonrisa, a sabiendas de que eso es lo mejor que puedes ofrecer a alguien que no habla tu idioma.

Hoy por hoy, la incertidumbre nos ronda demasiado a menudo. Nuestro nivel de comunicación titubea en cuanto quiero avanzar a terrenos más complejos que comer, bañarse o dormir. Esta mañana, me he quedado a leer un cuento ante su clase. Mientras exageraba la acción, él atendía a su profesora de signos para entenderme. A medida que él avanza en su aprendizaje, me doy cuenta de mi discapacidad.

El mundo en silencio me resulta desconocido, como el tacto al posar el pie sobre la  superficie de Marte. Mis manos siempre se han manifestado tecleando. Tengo la impresión de que la sombra de mis dedos hinchados asustará a los niños al proyectarse sobre la pared blanca. A mí me inquieta otra sombra: la otorrino ha propuesto al peque para implantarle una especie de oído artificial. El oído es inescrutable para quien le vino de serie. Nos lo anuncia, dada su evolución, como la única oportunidad para que el peque
consiga hablar. Hubiera dolido menos un insulto o una bofetada. Le vuelvo a imaginar drogado, inerte durante cuatro horas sobre una mesa de operaciones. El dolor es ya tan profundo que es imposible escarbar para sacarlo y mostrarlo entero. Es la acumulación, que excede frases y capítulos. Un Diógenes que habita esta psique, empuja y aplasta los recuerdos tenebrosos hacia dentro, para que siempre quepa uno más y nadie pueda
acceder a los del fondo.
Cuando vuelvo a estar solo, me dan ganas de aprender arameo para jurar. No es una lengua muerta, pero sí agonizante. Tampoco se imparten másteres de desarrollo de empresas tecnológicas en arameo. La lengua oficial de Jesucristo, dos mil años después, ha quedado reducida a un puñado de lugares de Oriente Próximo.
Ignoro, por poco tiempo, cuántos hablantes se expresan en la lengua de signos española. Cuando alguno reconoce al peque por sus audífonos, la conexión es tan inmediata como si fuesen dos madrileños en Islamabad.
En el curso online en que me he inscrito, somos cinco. Todo el mundo tiene un hermano, un primo o una novia con la que comunicarse.

Aún no conozco a quien estudie signos por puro deseo de aprender. Es una lengua mayoritariamente de discapacitados y sus entornos, no de futuro.
Hemos sucumbido en masa al idioma de Trump y me he detenido en un titular alarmante: se estima que hasta un noventa por ciento de los idiomas que se hablan actualmente se extinguirán para fines de este siglo.

He de ir volando hacia Madrid, así que abro el grifo de la ducha, y la dejo correr. Con el agua fría aún, me remojo con rapidez, sacudiendo ese titular de mi cabeza, y la idea mugrienta de que somos una raza capaz de enterrar todo lo que hemos construido con el uso de la inteligencia.

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Quique Pastor (Madrid, 1976) es un escritor de oficio, dedicado profesionalmente a la creatividad publicitaria y vecino de Rivas desde hace años. Es autor de las novelas 'El niño del Chupa Chups' (2008) y 'El tátara tátara tátara tátarabuelo' (2010) y el poemario 'Ejercicios de incomprensión' (2023). También cabe destacar sus blogs 'La raíz cuadrada de lo que soy' (2012-2013) y 'Ejercicios de incomprensión' (2014-2018), laboratorios indispensables para el desarrollo de técnicas literarias.