Escribir es un airbag plegado, esperando agazapado para saltar y salvar una vida. Me asalta esa idea mientras mi perro y yo divisamos una mano izquierda levantada en señal de disculpa, que se aleja.

Cada día, invariablemente, uno o varios conductores, sin distinción de género o edad, nos levantan su mano para disculparse por no frenar en el paso de peatones. Nosotros  quedamos pasmados y con un pie en el aire. Se trata de un gesto amable. Un “perdona, no os he visto a tiempo” tan fugaz como desconcertante. Lo normal en esa cuesta abajo es transgredir el límite de velocidad. Los coches se aceleran llevados por la inercia y la prisa.
A veces, cuando circulan demasiado veloces o nos pasan demasiado cerca, abro los brazos y mascullo tres insultos y cuatro cosas. La mayor parte de las veces niego con la cabeza mientras cruzamos y los signos de la matrícula se van haciendo minúsculos.
Las más se disculpan. Los menos aceleran y miran al frente, negando nuestra corporeidad. En ocasiones siento que me espera un atropello en la calle del Nobel portugués.

Cuando entramos en casa, Nick está en el jardín atareada con su huertito. Los tomates cherry han irrumpido por fin en medio de la mata. Ha arrancado un rábano, lo ha lavado un poco con el agua de la manguera y le ha dado un mordisco. Dice que sabe a tierra y deja un gusto picante.
Hoy he visto a un piloto de aviones -le digo- rellenar una solicitud para trabajar de jardinero en el parque del Oeste. Trata de hallar el equilibrio entre la sostenibilidad del planeta y la de la familia, como todos.
Un libro es más sostenible que un avión, de eso no hay duda. Especialmente cuando estás sentada en la cama y quieres ojear algo antes de que te venza el sueño – dice ella.
Tengo que ir a Correos. Le digo que vuelvo en veinte minutos y preparamos algo de comer. Cojo las llaves y voy directo al coche.

Enciendo el motor pensando que a las 16h hay que estar en San Blas para recoger al peque. A las 17h en Rivas para recoger a la mayor. Las meriendas de los dos. Antes, el peque tiene cita para hacerse las fotos para la matrícula del colegio. A las 17.30h, la mayor tiene Música y Movimiento. Si salgo pronto de Correos, a las 15h puedo estar comiendo. Con suerte, puedo descansar un cuarto de hora.

Mientras trato de ordenar la sucesión de obligaciones, detrás de una furgoneta aparcada, una chica se ha asomado al paso de peatones. He levantado la mano izquierda en señal de disculpa.
Detenerme hubiese supuesto frenar a fondo y exponerme a un accidente. Algunas veces incumplir levemente las leyes previene un mal mayor. Otras, un airbag se ve obligado a saltar y salva la vida de alguien relleno de mundos, de tiempos presentes y de imágenes no escritas.

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Quique Pastor (Madrid, 1976) es un escritor de oficio, dedicado profesionalmente a la creatividad publicitaria y vecino de Rivas desde hace años. Es autor de las novelas 'El niño del Chupa Chups' (2008) y 'El tátara tátara tátara tátarabuelo' (2010) y el poemario 'Ejercicios de incomprensión' (2023). También cabe destacar sus blogs 'La raíz cuadrada de lo que soy' (2012-2013) y 'Ejercicios de incomprensión' (2014-2018), laboratorios indispensables para el desarrollo de técnicas literarias.