Tenemos que encender el ventilador y meternos dos tranquicinemas para conciliar el sueño. Mientras se prepara para caer rendida en medio de un documental arqueológico sobre el Antiguo Egipto, Nick me pregunta si he visto sus gafas de dormir. Ha dado con ellas en el baño, se las ha colocado y hemos acomodado las almohadas.
Las ventanas abiertas dejan pasar el zumbido del tráfico de la Autovía, pero no subo el volumen del televisor. La armonía promete reinar hasta nueva alarma. Con los cinco sentidos cerrando entre toda la vigilia y el pobre sueño, retorno a las nieblas de la conciencia. De ese espacio borroso de libertad brotan ideas que transportar al cuaderno sobre la mesilla, aunque rara vez lo consigo. Esta noche rara, he apuntado: Dormir con gafas para ver con nitidez los sueños.
En mis sueños recientes siempre llueve, y mis lentes reciben el impacto de las gotas. Mis pies desnudos se calan sobre el césped. Lanzo a la mayor por los aires mientras ella intenta ahogarme en la piscina. El peque se tira en plancha, vestido. Un aspersor me riega cada diez segundos mientras permanezco tumbado sobre el costado derecho observando la sonrisa de Nick, acodado sobre la toalla. Todo se ve con nitidez en mis sueños.
Al despertar, he cogido las gafas de la mesilla para mirar la hora y mirarla ahora, mientras duerme ligera de ropa. Aún quedan unos minutos para que se alarme. Las gafas han quedado torcidas sobre su rostro, y me la imagino caminando en sueños con un ojo guiñado, persiguiéndolos. Su figura desparramada sobre la cama con las gafas descolocadas, bien podría ser la de alguien que se ha lanzado a la acera desde un quinto piso para salvarse de un incendio. Me aparta de ese fotograma la melodía de la alarma.
Cuando se ha levantado, Nick ha ido directa a la mecedora del despacho. Allí se ha sentado a retomar pausadamente la conciencia sorbiendo un zumo de frutas y el humo de un cigarro. Aguanto para escoger el momento de interrogarle. La pregunta se anuda en la garganta. Me da vértigo a estas horas, así que decido coger un folio y recortar una esquina. Con el bolígrafo de cuatro colores, escribo una frase en verde a escondidas, lo pliego y lo
introduzco en la cajita de los deseos.
A la hora de comer, sentados y distendidos frente a una Fideuá precocinada, el tema vuelve como si tal cosa. ¿Sabes por qué utilizo gafas para dormir?-dice Nick- Si me tengo que levantar durante la noche por alguna emergencia, puedo salir disparada sin perder un segundo.
Unos minutos después de masticar un trozo de calamar y sus palabras, le comento que en la cajita de los deseos hay uno nuevo.
De inmediato se ha levantado para ir a leerlo.
Mientras ella sube las escaleras dejando el plato a medias, recojo del suelo los fideos pegados y veo, con total claridad, que incluso los sueños y los deseos suelen residir en algún tipo de jaula.